Agentes PN temerosos a las cámaras certeras de periodistas honestos
Un proverbio oriental dice que, a veces, conseguimos algo a través del camino que hemos tomado para evitarlo. Es el caso del agente de la Policía Nacional que, en el municipio Sabaneta, Santiago Rodríguez, arrebató el teléfono a Danny Gómez, un comunicador de larga data que cubría un incidente.
¿Por qué se enoja un agente del orden cuando lo filman haciendo el trabajo por el que le pagamos los ciudadanos? Un policía es un agente del sistema que tiene el deber de proteger y servir: es, por definición, un servidor público. Y si un trabajador es parte de «la cosa pública», como además del policía lo es el maestro, el médico y cualquiera que trabaje para el Estado, debe saber que siempre será objeto del escrutinio ciudadano. Es decir, el ciudadano tiene el derecho de pedirle que rinda cuentas de su proceder, de cómo y con qué fines usa la autoridad con que le ha investido el Estado.
Un trabajador público no se gobierna ni hace lo que le venga en gana. Un trabajador público, llámese en este caso, un agente de la Policía Nacional, está sujeto a un orden establecido por nuestras leyes y su prioridad debe ser proteger y servir a todos los ciudadanos. Sin embargo, la larga tradición del proceder de los agentes del orden niega la naturaleza del principio que explica y justifica su existencia. ¿Por qué teme un agente de la Policía Nacional a la cámara de un periodista que solo hace su trabajo?.
Hace décadas, el presidente Joaquín Balaguer se enfrentó a una campaña en su contra que enarboló el «cambio» como bandera. Al presidente Balaguer le resultó absurdo ese llamado al cambio porque sabía que era parte de una retórica sin fundamento. La Policía Nacional ha sido usada como una de las facetas posibles y deseables del «cambio» prometido hace cuatro años.
Sin embargo, al respecto, todo sigue pendiente y los agentes de la Policía, lejos de sentirse orgullosos por el trabajo que realizan, temen a las cámaras certeras de periodistas honestos como Danny Gómez. Y en este punto del recorrido de esta reflexión viene a mi memoria otro proverbio oriental, pero aquí no hay vino, solo odres viejos.